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Foto del escritorEFRAIN MARINO

LA CHICA DEL MUELLE


Por: @efrainmarinojr

Fragmento del Libro: “Historias de la Noche” … El Comienzo.


Las luces de los faroles en los pilotes del muelle se reflejaban en el horizonte, contrastando con el negro de la noche en la ciudad de The Village, Florida. El malecón de madera fuerte de cedro americano y los cabos de doble trenzado se unían al paisaje marítimo, creando una composición bastante particular. Había un aire de misterio; el olor del agua llena de lagartos, tortugas marinas y otras especies era denso, casi se podía saborear el salitre del rocío sobre mi bigote.


Pasaban las doce de la noche y caminaba de regreso al parqueadero luego de la celebración de mi cumpleaños el día 27 de junio, con una tertulia en Cody’s Original, donde la música anglo y retro de “Joe” y el “Jack Daniel’s” amaderado fueron mis compañeros. El licor cumplió con su labor y estaba en problemas, pues mi celular no tenía carga y debía llamar a un conductor elegido.


Consumido en mis pensamientos, no vi la silueta vestida de blanco que estaba recostada en uno de los pilotes, pero sí noté el cambio de olor en el ambiente que me hizo fijarme en la dama que lloraba mirando las frías y oscuras aguas.


- ¿Está usted bien? -le pregunté algo preocupado.


- La verdad no, estoy muy triste, pues acabo de perder a mi madre -me respondió en un tono lloroso.



Me conmovió su fragilidad y, como buen periodista, quise saber un poco más de su historia. Ella me contó que había tenido un inconveniente en el vuelo y no pudo llegar a tiempo para el sepelio de su madre. Le dolía mucho la cabeza de tanto llorar, por eso decidió irse al muelle sola, a esa hora de la noche, para desahogarse y ordenar sus ideas. Ella viajaba desde Las Vegas, Nevada, y venía a visitar a su familia, pero no alcanzó a llegar a tiempo y, cuando pudo hacerlo, ya era de noche y todos se habían marchado. No tuvo fuerzas para entrar al cementerio y despedirse de su madre. No quiso ir a su casa, pues el recuerdo la atormentaba; no tenía dónde quedarse y por eso estaba allí, en el muelle, donde por muchos años pasó su infancia.


Le dije que lo lamentaba, pero que si podía hacer algo por ella, lo haría con mucho gusto; y fue allí donde me pidió algo inusual:


- ¿Podría usted llevar a la tumba de mi madre este presente? -me dijo entregándome un relicario de oro en forma de corazón con su fotografía dentro. Me explicó que de esa forma siempre estaría con ella, pero que no soportaba ir a ese lugar, que no tenía las fuerzas suficientes. Habían estado disgustadas y tenían mucho tiempo que no se hablaban; su madre era muy conservadora y estricta, y la había echado de su casa cuando se enteró de que era bailarina exótica en un table dance, algo que su madre nunca le perdonó.


- Yo no soy una prostituta, sólo bailo y los hombres me pagan por eso, no tengo relaciones con ninguno, ¿usted me cree?



Le dije que yo no era nadie para opinar al respecto y que no la juzgaba. En ese momento sopló una brisa fría y pude ver cómo se dibujaba su torneado y voluptuoso cuerpo sobre su vestido blanco, casi transparente y holgado. Mi mente de macho e instinto animal se despertó y en un segundo se imaginó una escena erótica, cuando su voz me devolvió a la conversación.


- No me gusta que me miren con morbo, pero me toca hacerlo para poder reunir dinero para mi colegiatura. Quiero ir a Berklee y ser una bailarina profesional.


Me sentí un pervertido al haber pensado así y, con algo de culpa, vergüenza y evidentemente ruborizado, acepté la tarea de llevar el relicario. Pero el destino tenía otros planes para mí…


Al llegar a mi vehículo, se me había pasado el efecto del licor y me sentí bien para conducir. De manera irresponsable, avancé por la calle principal con la mala suerte de chocar con un árbol, un bote de basura y un hidrante de agua. Perdí el conocimiento y al despertar me encontraba en una ambulancia rumbo a un centro médico.


Mi accidente no fue nada serio, sólo algunos golpes. Me dieron de alta con una prescripción para medicamentos, una multa por daños, el automóvil detenido y una citación a corte. No me detuvieron porque no tenía antecedentes y era mi primera vez. Me fui en taxi a casa con una jaqueca terrible.


Al día siguiente, recordé a la chica del muelle; no tenía su nombre. En mi alicoramiento se me había olvidado preguntarle, sólo sabía que tenía la tarea de llevar el relicario a la tumba 123 del cementerio central. Había sido fácil memorizar el número, pero lo que no recordaba era dónde estaba la joya.


Fui a recoger el automóvil, pagué la multa, lo llevé a lavar y fue allí donde el joven de la aspiradora la encontró debajo del tapete. Lo pensé unos minutos, estaba cerca del cementerio, así que decidí hacerlo de una vez.


Llegué al lugar a eso de las 4 de la tarde. Había pocas personas; nunca me han gustado ni los hospitales ni los cementerios, me siento incómodo en ellos, me cuesta respirar tranquilo, pero ya estaba comprometido, así que busqué la tumba 123.


Al llegar había una mujer mayor de rodillas sobre el lugar. Estaba haciendo una oración o algo así. Esperé que ella se levantara respetando su duelo. Me imaginé que era familia de la madre fallecida de la chica del muelle, así que me acerqué dándole una suave palmada en la espalda y mi sentido pésame.


Me preguntó quién era yo y si era amigo de Emma. Le dije que no conocía a la difunta y le conté la singular historia que me había llevado hasta allí. Al mostrarle el relicario y la foto que estaba dentro de él, casi se desmaya de la impresión.


- ¡No puede ser! Es el relicario de Emma -exclamó y se derrumbó en lágrimas.


Emma era su hija, fallecida hace un año a los 24 años de edad, en un accidente aéreo sobre el océano Pacífico. Su cuerpo nunca apareció y desde entonces todos los 28 de cada mes su madre va a la tumba simbólica 123 del cementerio de The Village, Florida, a pedirle perdón por no aceptar que fuera bailarina. Emma era la chica del muelle.

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