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Foto del escritorEFRAIN MARINO

EL MISTERIO DEL PISO 12A


Por: Efraín Marino @efrainmarinojr

(Fragmento del libro HISTORIAS DE LA NOCHE)

“La siguiente historia no corresponde a la vida real, o por lo menos a la realidad que nos enseña la sociedad”

En la noctambula ciudad de Bogotá, se levanta un edificio de aspecto moderno, cuya fachada de cristal se mezcla directamente con el entorno urbano, 216 metros de altura, lo convierten en el rascacielos más alto de Colombia. Sin embargo, tras esa apariencia futurista, se oculta un misterio que intriga a los habitantes del lugar: El misterioso piso trece, o como lo nombraron en el ascensor el piso 12A. Pocos conocen esta historia, pero al mencionarla despierta la curiosidad de quienes se atreven a indagar.

El reloj digital del lobby marca la media noche, exactamente entre las 12:00 y 12:15 p.m. a lado otros cuatro relojes señalan la hora de París, New York, Tokio y Berlín. Miguel Ángel un elegante señor cincuentón, miembro de una de las familias más adineradas del país; periodista de vocación y en busca de inspiración para su próxima investigación, se aventuró a explorar el enigmático edificio. Cruzó por las puertas de cristal, llegó al lobby, saludó al vigilante con familiaridad, pasó el hall y se llegó al moderno ascensor de color gris mate, con botones digitales que invitaban a lo desconocido. Con paso decidido Miguel Ángel se adentró en la cabina y presionó el botón con el número 12A

El ascensor cobró vida con una melodía antigua de vals, y comenzó su ascenso hacia lo desconocido, las luces prendian y apagaban intermitentemente, dibujando sombras danzantes en las paredes de acero inoxidable. Una atmósfera enigmática y de misterio envolvía la pequeña cabina mientras subía hacia un destino fantasmal.

Al llegar a su destino, sonó un fuerte chirrido metálico, el ascensor se detuvo, las puertas se abrieron lentamente y una niebla fría se coló en el lugar. La temperatura bajó considerablemente y penetraba los huesos. Miguel Ángel se encontraba ante una escena que parecía sacada de una película de época: había una elegante fiesta de la alta sociedad del siglo XIX. Un cuarteto de cuerdas tocaba magistralmente música de vals, mezclándose con las risas y murmullos de los asistentes.

Maravillado, El maduro periodista observó cómo las damas vestidas de seda y los caballeros elegantemente de frag, se deslizaban por el salón de baile, iluminado por la cálida luz de los candelabros, reflejada en los cristales de las lámparas de Baccarat. Habia sido transportado a otra época, a otro mundo donde el tiempo se detenía para dar paso al esplendor y la sofisticación.

De repente, la ilusión de la magia de la escena, se rompió con un grito desgarrador en el aire. Un hombre yacía caído en un rincón oscuro, con una daga en el pecho; mientras una silueta saltaba entre las ventanas que daban a un jardin. Antes de poder reaccionar, las puertas del ascensor se cerraron de golpe y Miguel Ángel fue arrastrado al primer piso, de regreso al presente, pero su osadía tendría una devastadora consecuencia, al mirarse en el espejo del lobby había envejecido muchos años.

Decidido a desentrañar el enigma que rodeaba al misterioso ascensor, el periodista volvió a la noche siguiente, a la misma hora; esta vez con una cámara de video para grabar la escena y tener las pruebas de la espectral máquina para viajar en el tiempo, sin importarle los peligros; quería descubrir el secreto oculto del salto temporal. Estaba obsesionado con desenterrar verdades olvidadas y enfrentarse a los fantasmas que acechaban en las sombras del tiempo.

A la mañana siguiente el periodista apareció muerto, tirado en el piso del ascensor, su cuerpo había vuelto a envejecer de una manera súbita y extraña, parecía tener más de cien años, y la expresión de su rostro era una mueca horripilante, como si hubiera visto al mismísimo diablo, la policía hizo el levantamiento del cadáver y aseguró sus pertenencias.

Después de localizar a los familiares de Miguel Ángel y de innumerables pruebas forenses en la autopsia, se dictaminó la causa de la muerte; “Progería” o el envejecimiento acelerado de tejidos del cuerpo. Nadie entendió que era lo que había pasado, la versión que se dio al público y medios de comunicación fue un infarto fulminante y para que nadie lo viera decidieron cremarlo.

Al día siguiente, la hija menor de Miguel Ángel, una niña de trece años de edad, encendió la cámara de video y en ella su padre le contaba toda la historia que descubrió en el ascensor: se trataba del asesinato de su tatarabuelo en el siglo XIX, a manos de su socio y verdugo para quedarse con el salón de baile, ubicado en mismo lugar donde hoy se construye el moderno edificio, cuyo destino se entrelazaba de manera inextricable con su futuro, pues la familia de Miguel Ángel había decidido invertir una millonaria suma de dinero en la construcción del opulento edificio.


Las demandas llegaron, abogados, investigadores policiales, pero había pasado mucho tiempo y no había pruebas concretas, excepto una inexplicable grabación de un viejo de más de cien años. Misteriosamente la obra inmobiliaria paró, los trabajadores ya no querían seguir, se escuchaban voces, música, y las luces se prendían y apagaban solas. Tanto así que muchos años después la construcción continúa inconclusa, se dice que el arma homicida esta fundida en algunos de los pilotes que sostienen al edificio; pero lo que si está terminado es una novela de misterio, escrita por la hija de Miguel Ángel que lleva por título “EL MISTERIO DEL PISO 12A”

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