Aunque no aparece reflejado en el Evangelio de San Mateo, la tradición nos habla de un cuarto Rey Mago, de nombre Artabán. Cierta o no, la historia es apasionante. El propósito del Rey Artabán era unirse a los otros tres Reyes en el camino que la estrella indicaba para adorar al niño Dios nacido.
Mientras lo hacía, se cruzó en su camino con un anciano que necesitaba ayuda. El anciano estaba enfermo, solo y desamparado. Artabán dudó, si atendida al anciano acompañandole, perdería el tiempo suficiente como para llegar tarde a su encuentro con Melchor, Gaspar y Baltasar.
Es posible que Artabán ni siquiera supiera que Reyes estaban en camino, sólo sabía seguir la estrella, tal cual estaba escrito en los designios.
Artabán decidió atender al anciano y, por lo mismo, se retraso su viaje. Cuando quiso llegar, el niño Jesús ya había nacido. Es más, María y José, junto a Él, ya habían emprendido el camino a Egipto, huyendo de las atrocidades que Herodes había ordenado, mandando matar a todos los recién nacidos. Al igual que Melchor, Gaspar y Baltasar llevaban Oro, Incienso y Mirra para obsequiar al hijo de Dios, el presente que portaba Artabán eran piedras preciosas que, lógicamente, no pudo entregar.
Artabán decidió seguir los pasos de Jesús, pero no pudo encontrarle. Sí que durante su travesía, encontró a muchas personas que necesitaban ayuda. Todas las piedras preciosas que poseía las fue vendiendo para atender a las gentes necesitadas.
La leyenda de Artabán continua explicando el periplo del Rey en busca de Jesús. Una búsqueda infructuosa que le llevó a recorrer los caminos del desierto durante 33 años. Tiempo en el cuál, siguió ayudando a todo aquél que se lo solicitara, o a quien encontraba en dificultades.
33 años después de comenzado el viaje, Artabán llegó al monte Gólgota, donde había escuchado se crucificaria a un hombre que se decía ser hijo de Dios, el Mesías enviado por el Altísimo para salvar a la humanidad de sus pecados.
Artabán solo contaba con un rubí. A pesar de todo, recorrió el camino hacía el Gólgota con la esperanza de encontrarse con Jesús. Justo cuando estuvo a punto de llegar, se cruzó con una mujer que iba a ser vendida como esclava para pagar las deudas que había contraído su padre. Artabán no pudo evitar ignorar tamaña injusticia y, con ese último rubí, pagó la libertad de la joven.
Apesadumbrado, Artabán se sentó en la plaza, sin llegar a lo alto del Monte donde iban a crucificar a Jesús de Nazaret.
Fue, en ese momento, cuando el estrépito sobrevino. Tembló la tierra y los cielos crujieron. Allí, abatido, Artabán escuchó la voz de Jesús: "Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste".
Artabán, atónito, preguntó en voz alta: ¿Cuando hice yo eso?. La voz de Jesús, le respondió: "Todo lo que hiciste por los demás lo hiciste por mí".
Fábula conocida.
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